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La “película” de Breaking Bad es más que nada un capítulo largo. Uno que se podría omitir, pero para quienes opten por verlo, está lleno de pequeñas satisfacciones y amor por una de las mejores series de todos los tiempos.
Por Matías de la Maza.
Desde su anuncio, la existencia de una película como “El Camino” ha generado en cualquier fanático de Breaking Bad una paradoja de sentimientos: emoción por volver una vez más a ese mundo y sus personajes, pero también un gran temor a la posibilidad de empañar su legado. Porque Breaking Bad no sólo fue una serie perfecta, sino que consiguió un final ídem; quizás el más universalmente aclamado de la era dorada de la televisión. Entonces, ¿Por qué darle un nuevo cierre a la historia?
El mejor paralelo que se puede hacer entre “El Camino” y otro caso similar está en Toy Story. En 2010, Pixar cerró su viaje de 15 años por la vida de un niño y sus juguetes de forma magistral, concluyendo el arco emocional de forma más que satisfactoria. Un par de años después, anuncian que hay una cuarta Toy Story en desarrollo. Y claro: por un lado, Woody y compañía serán siempre bienvenidos. Pero también era una herejía: mostrarte “El Fin” y haber hecho las paces con esa idea, para después decirte que había más historia.
La comparación no se queda allí. Al terminar de ver El Camino, estrenada el viernes 11 de octubre en Netflix, la sensación es similar a los créditos finales de Toy Story 4 (2019): una historia (técnicamente) muy innecesaria. Difícilmente califica como “película”, sino que más bien es un especial televisivo o un capítulo largo. Uno que si un seguidor de la serie no viera nunca, no lo afectaría particularmente mucho. Pero al igual que con la cuarta película de la saga de Pixar, sino uno opta por someterse a este epílogo opcional, difícilmente se arrepentirá. Porque El Camino no empaña el cierre original de Breaking Bad, sino que le entrega una nueva perspectiva.
El final de la historia de Walter White (Bryan Cranston) siempre será ese 29 de septiembre de 2013 (cuando la serie emitió su episodio final). Pero nunca fue el cierre de la historia de Jesse Pinkman (Aaron Paul).
La “cinta” (término que irá siempre entre comillas, al no calificar como una película real) comienza de inmediato después de “Felina”, el último capítulo, con Pinkman escapando de la masacre que dejó a su paso su rescate por parte de Walter White, quien lo liberó tras haber pasado un año prisionero en condiciones inhumanas por una banda de narcos. Si bien ese episodio final mostraba el escape de Jesse como un momento de catarsis y liberación, rápidamente ocurre lo obvio: el joven pasa a ser buscado por prácticamente toda la policía del sur de Estados Unidos.
Torturado, desnutrido y con estrés post-traumático, Pinkman debe tratar de ordenarse y apoyarse en los pocos aliados que le van quedando para escabullirse del control policial y tener la posibilidad de rehacer su vida. El creador de la serie, Vince Gilligan, dirige y escribe la “película” como una carta de amor a lo que aprendimos de amar de la serie: momentos de tensión abrumadora con pequeñas catarsis, diálogos en apariencia pequeños pero que esconden todo un desarrollo de personajes, y planes complejos que ponen a prueba el ingenio y compás moral de los protagonistas.
La historia (que, graciosamente, está notoriamente dividida entre su primera y su segunda hora, por lo que podrían haber sido dos capítulos) intercala momentos de Jesse en el presente con flashbacks a interacciones con personajes de la serie, lo que le da a Gilligan rienda suelta para traer de vuelta a nombres clave del elenco en diversos cameo, y volver a jugar una vez más con los geniales personajes que salieron de su mente.
Pero por sobre todo, este es el espectáculo de Aaron Paul. El triple ganador del Emmy vuelve a su mejor papel (que nadie en el mundo del cine haya logrado escribirle un personaje tan bueno como este es un crimen) recordándonos que es una fuerza de la naturaleza al momento de actuar. El Camino expande la historia del hombre quebrado moral y físicamente en la última temporada de Breaking Bad, y las consecuencias de sus decisiones.
En eso último es donde la “cinta” se despega más de las otras entregas en el universo de Breaking Bad. Hasta ahora, todo lo que ha salido de ahí ha tenido que ver con la historia detrás de egos masculinos, malas decisiones y cómo estas te afectan no solo a ti, sino a todo tu entorno. Por eso, inevitablemente aparece la misma pregunta sobre estos personajes: ¿Existe la posibilidad de redención? En el caso de Walter White la respuesta pasó a ser un “no” rotundo bastante rápido. En Better Call Saul, todo apunta que que la conclusión para Saul Goodman sea más o menos similar. Pero en El Camino asoma, por primera vez, un gran “tal vez”.
La historia deja de claro en sus primeros segundos que nada borrará las acciones de Jesse Pinkman. Eso es imposible. Pero también establece al personaje como el único no sólo con la posibilidad de una nueva vida, sino hasta el derecho. A lo largo de cinco temporadas, Pinkman tomó muy malas decisiones. Pero también fue la conciencia en un mundo carente de ella; una suerte de representante de la audiencia: disfrutábamos el viaje, por supuesto, pero también nos horrorizaba.
Aquí, la reflexión está puesta sobre esas decisiones, y un preciso uso de los recuerdos: ningún cameo de los flashbacks es completamente gratuito, sino una forma de explorar el arco emocional de Jesse Pinkman durante toda la serie. Y sobre todo, saber dónde termina. Porque El Camino es el fin. Sí entrega una respuesta definitiva a las preguntas que se puedan tener sobre el personaje. Preguntas que quizás no necesitaban respuesta, y reflexiones que se podrían haber quedado en teorías. Se puede tomar esa opción: omitir por completo El Camino. Quienes optamos por lo contrario, terminamos igual que en el último capítulo de Breaking Bad: a pesar de todas las tragedias, nadie nos quita la sonrisa de la cara
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