“Vivir en aquellos tiempos era de vivir así como en la arista de un cuchillo bien filudo”. Christopher Marlowe
Por Katherine Miller Doctorado en Estudios Medievales y Renacentistas de UCLA.
Jul 08, 2017- 19:15
William Shakespeare, Richard Burbage y Philip Henslowe eran empresarios de teatro durante la época dorada del teatro de Londres entre los siglos XVI y XVII. ¿Porqué calificaron como empresarios?
Funcionaron, como dice el dramaturgo, Thomas Kyd, autor de la primera tragedia de venganza, La Tragedia Española, en una sociedad en que “casi cualquier cosa se podían comprar”. Londres era una ciudad tan peligrosa que reflejaba las guerras de religión, filtradas con intentos de insurrección, espionaje y la ejecución de mártires.
Consideramos los comienzos del teatro—en el seno de la iglesia. Dos seminaristas (masculinos), según el manuscrito del siglo IX, caminaban por la catedral utilizando pelucas para disfrazarse como las dos Marías en un domingo de la Resurrección. Se acercan al sacerdote, quien les pregunta: “Quem quaeritis? [¿A quién buscan?]. “Ellas” responden —en latín—buscamos a Jesús de Nazareth, a lo que el sacerdote responde: “No está aquí. Ha resucitado”.
Pasando los siglos, el drama salió de su cuna y, en 1576, las prostitutas, ladrones de carteras y dueños de tabernas del muy violento suburbio londinense de Shoreditch, fuera de los límites municipales del Lord Mayor de Londres, tomaron nota de la construcción de un nuevo edificio, de tres plantas, en el que cabían entre 2,000 y 3,000 personas cerca del lugar en donde se practicaba el deporte popular en el que perros feroces atacaban a osos encadenados. Eso fue el Teatro del León Rojo, y fue seguido por los Teatros La Cortina, La Rosa, El Cisne, La Esperanza, La Fortuna, La Cabeza de Jabalí y El Globo.
Tan violento y variopinto fue la vida que cargaba el olor mixto de sangre y rosas
Es que el teatro iba competir con las peleas de gallos, perros y osos; con las ejecuciones en que destriparon y descuartizaron a los condenado ante los ojos de una audiencia que apostaba sobre a qué distancia iba a caer la sangre de la víctima.
Las fuentes de documentación para conocer este peligroso oficio de empresario de teatro en los siglos XVI y XVII son los libros de contaduría. Estos libros sobreviven y documentan en que se gastaba el dinero, los ingresos de una producción, quienes trabajaban como actores, cuál era el costo de las telas e instrumentos para hacer tronar el relámpago, por ejemplo, para montar el escenario, etc.
Expertos en estos análisis calculan que, a partir de la década de 1590 se construyeron por lo menos diez teatros en zonas fuera de los límites municipales de la ciudad de Londres, en suburbios como Shoreditch, en donde, como hemos mencionado, los burdeles, exhibiciones de peleas de gallos, osos y perros eran las formas principales de entretenimiento.
Ser empresario de teatro —“la nueva profesión”— era de competir con estos otros recreos e implicaban la necesidad de buscar anfitriones poderosos para contrarrestar los prejuicios en contra de los actores, quienes habían llegado a ser marcados socialmente como vagabundos, dignos de la cárcel por hacerse pasar, en los escenarios donde actuaron, por “la mejor calidad de aristócratas”.
Ser empresario implicaba, también, contratar actores y formar asociaciones de responsabilidad limitada, construir los teatros mismos, comprar terciopelo, seda y encaje para los disfraces de los actores y manejar los fondos recolectados de los miles de espectadores de las obras dramáticas, además de administrar todos los gastos asociados.
Implicaba buscar y pagar dramaturgos quienes pudieran escribir una obra nueva y magnífica cada semana. Además, tenían que aguantar el cierre de sus teatros por el Censor (Master of the Revels) a causa de acusaciones de conspiración política o por las plagas que castigaron la ciudad en repetidas ocasiones. Estos cierres, por supuesto, representaban pérdidas enormes de ganancias.
Entre 1590 y 1620, se calcula que unas 50,000 personas de todas clases económicas de Londres asistieron al teatro cada semana.
Había más de diez teatros y cada uno presentó una nueva obra cada semana. Las audiencias pidieron nueva sangre, nueva música, nuevos complots cada semana. Por ejemplo, cuando llegaron las noticias de la Masacre del Día de San Bartolomé en agosto de 1572, cuando miles de hombres, mujeres y niños Huguenots (protestantes calvinistas franceses en las guerras religiosas de Francia) fueron descuartizados por la Liga Católica, Christopher Marlowe escribió y presentó, inmediatamente, su obra dramática, La Masacre en París.
Los teatros presentaron las noticias en ausencia de periódicos cuando la mayoría de la audiencia era analfabeta. Es ilustrativo el caso de Christopher Marlowe, dramaturgo y agente doble o triple entre los católicos recusantes y los protestantes de la reina Elizabeth y Walsingham, su jefe de espionaje, y Topsell, su experto en tortura.
Es posible que Marlowe y otros se infiltraron o cambiaron de bando —es decir, cambiaron para estar con los Jesuitas del Seminario de Rhiems-Douai en la costa de Francia desde donde, regularmente, fueron enviados sacerdotes para atender en secreto a los católicos de Inglaterra. Se dice que Marlowe murió en una pelea de taberna en 1593, con una daga en su ojo. Pero hay nueva evidencia que indica que su muerte fue un ajusticiamiento por traición de un lado u otro de las controversias religiosas entre los católicos y protestantes.
Los empresarios como William Shakespeare fueron obligados a negociar su estatus ante las autoridades municipales de la ciudad de Londres y la corte real de la reina. O sea, tuvieron que aguantar conflictos intergubernamentales, sobre si era el Lord Mayor o la reina Elizabeth, quien tenía derecho a la jurisdicción, y, por ende, a las ganancias recogidas por vender licencias a los empresarios, con sombras y matices políticos, que mantenían hirviendo a una sociedad que gozaba del nuevo género teatral: las tragedias de venganza.
El gran florecimiento del drama, y de los empresarios, fue el período entre 1590 y 1620. Había compañías de actores niños, “los varones violentos” [los “roaring boys”], los Ingeniosos de la Universidad [University Wits] de los Inns of Court, pero, eso sí, no había mujeres permitidas en el escenario. Cada personaje femenino en cualquier drama de este período fue representado por un varón. Cleopatra, Cordelia, Julieta y Portia (en El Mercader de Venecia): todas fueron llevadas a escena por varones jóvenes en vestuario de mujer (cross-dressing) con sus voces todavía altas (es decir antes del cambio de voz que normalmente ocurre en los hombres).
Pero con todo eso, los empresarios lograron llevar los teatros a toda la población de la ciudad: desde los más pobres, quienes pagaban un centavo y tenían que estar parados, es decir sin silla, durante los espectáculos (los “groundlings”), hasta los mercaderes, diplomáticos, abogados, los aristócratas, los ladrones, los vendedores de cerveza, huevos y nueces, las prostitutas, quienes cobraban 4 centavos, los que manejaban los baldes y cubos —en la ausencia de inodoros— además de la gente violenta y pendenciera.
Los disturbios en los teatros fueron muy comunes.
Todas las 50,000 personas de las audiencias semanales respondieron a la trompeta y la bandera que señalaron una nueva obra de teatro. Los empresarios llegaron a ser ricos. Shakespeare compró la casa más fina de Stratford y un escudo de armas de nobleza para su padre y su familia con sus ganancias.
Produjeron aproximadamente 145 obras entre 1594 y 1599 y un número igual entre 1599-1604. Son los números más grandes en la historia del teatro. Y eso en medio de una situación de violencia política con polarizaciones, tensiones e incertidumbres.
Como declaró Shakespeare en una de sus obras sobre el cambio de regímenes, Ricardo II: “Dentro de la corona hueca que rodea el templo de la cabeza de un rey, la Muerte celebra su corte real” (II.ii).
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