Un retrato de Margaret Hughes por Peter Lely |
Una mujer -la Reina Isabel I- fue la persona más poderosa de Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVI; sin embargo, durante su reinado no permitió que las mujeres pudiesen actuar en el bullente teatro británico, dominado por el genio de William Shakespeare. La situación se puede ver recreada en la película «Shakespeare in love», que protagonizaron Gwyneth Paltrow y Joseph Fiennes, y que obtuvo el Oscar en 1998.
Pero ¿por qué no podían actuar las mujeres?
El profesor de Literatura inglesa Antonio Andres Ballesteros Gonzalez, experto en el teatro inglés de la época, lo explica así:
«La presencia de las actrices estaba prohibida para salvaguardar el decoro; es por ello que los personajes femeninos eran interpretados por adolescentes aprendices que acababan de entrar a forma parte de la compañía y que todavía no habían cambiado de voz. No es por ello de extrañar la cantidad considerable de travestismo y cambios de sexo que se dan en estas obras».
La prohibición por ley de la presencia de las mujeres en los escenarios no era sino el reflejo del papel femenino en la sociedad isabelina. Tampoco se les permitía acudir a la Universidad -las nobles podían aprender idiomas y artes en clases privadas en sus hogares-, y su principal función era casarse, tener hijos y guardar obediencia a sus maridos. Por supuesto no podían entrar en política ni tampoco votar.
No tenían los cómicos de la época, desde luego, la consideración que hoy tienen los actores en Gran Bretaña, donde gozan de un gran respeto social y donde varios de ellos han alcanzado las categorías de «Sir» y «Dame». Eran poco más que vagabundos y mendigos -con el auge de los teatros la situación iría cambiando-, y las mujeres que rondaban las compañías teatrales eran consideradas prostitutas.
Con la muerte de Isabel I la situación empeoró en lugar de mejorar; la caída de la Monarquía en 1642 llevó consigo la prohibición del teatro, y hasta la Restauración en 1660 no volvió a permitirse.
Dos años después, Carlos II, un Monarca que amaba el teatro, decretó «que todas los papeles femeninos que fueran representados en cualquiera de estas dos compañías -las dirigidas William Davenant y Thomas Killigrew, a los que se había concedido licencia tras levantarse la prohibición-. en el futuro podrían ser interpretados por mujeres».
Un suplemento por verlas vestirse.
La incorporación de la mujer al teatro en Inglaterra fue lenta. Solo un puñado de ellas se atrevieron a sobreponerse a los prejuicios -se les seguía considerando prostitutas-. De hecho, había hombres ricos que pagaban un «suplemento» a la entrada al teatro que les confería el derecho a ver vestirse a las actrices.
El actor y poeta Thomas Jordan escribió, antes de una representación de «Otelo», de Shakespeare, en diciembre de 1660, una advertencia al público: el papel de Desdémona lo iba a interpretar una mujer verdadera.
«Vengo sin que lo sepa nadie / para contaros una noticia: vi a la dama vestirse. / Una mujer representa hoy en día, no me confundo. / Ningún hombre con vestido, o joven en enaguas. / Una mujer que yo sepa, sin embargo, yo no podría, / (si tuviera que morir) hacer una declaración jurada».
Entre aquellas pioneras del teatro británico se encuentran Margaret Hughes, Ann Marshall y su hermana Rebeca, Nell Gwyn o Moll Davis.
Hubo alguna excepción. En 1626, una compañía francesa ensayó una función en Blackfriars, uno de los teatros ingleses de mayor prestigio. En ella iban actrices, que fueron abucheadas, insultadas y expulsadas del escenario por un público indignado Treinta años más tarde, en Rutland House, un teatro privado, se ofreció una representación de «Siege of Rhodes» («El asedio de Rodas»), de Davenant, con un reparto que incluía a una mujer, Mrs. Coleman, a quien se considera la primera actriz inglesa profesional.
En continente
En continente
Al contrario que en Inglaterra, las mujeres sí podían actuar en España, Italia o Francia, a pesar de que la vigilancia de la moral era incluso más estricta en estos países. En nuestro país, el Consejo de Castilla autorizó la presencia de mujeres en los escenarios con una orden del 17 de noviembre de 1587:
«A todas las personas que tienen compañías de representaciones no traigan en ellas para representar ningún personaje muger ninguna, so pena de zinco años de destierro del reyno y de cada 100.000 maravedis para la Camara e Su Majestad».
Las mujeres que quisieran actuar, naturalmente, tenían para hacerlo que cumplir varias condiciones: debían estar casadas y estar acompañadas por sus maridos, y además vestir siempre hábito en escena.
Varias actrices destacaron en nuestro Siglo de Oro: la más célebre, María Calderón, conocida como «la Calderona», y de la que se encaprichó el propio Rey Felipe IV. Otros nombres femeninos de nuestra escena son las que cita Cristóbal Suárez de Figueroa en su «Plaza universal de todas ciencias y artes»:
«Ana de Velasco, Mariana Paez, Mariana Ortiz, Mariana Vaca, Geronima de Salzedo difuntas. De las que oy viuen, Iuana de Villalua, Mariflores, Micaela de Luxan, Ana Muñoz, Iusepa Vaca, Geronima de Burgos, Polonia Perez, Maria de los Angeles, Maria de Morales, sin otras q[ue] por breuedad no pongo»
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