Menos pasado, y más presente. Si antes la lucha de clases, la cuestión social y la dictadura hacían eco sobre las tablas, desde 2006 la escena local se ha vuelto un terreno libre para exponer demandas y descontentos de las nuevas generaciones, desde la consigna estudiantil y la causa mapuche, hasta el nuevo rol social de la mujer y el respeto por las minorías sexuales. Sin embargo, los experimentados cuestionan la forma:
¿de qué nos hablan -y cómo- los dramaturgos de hoy?
Costaba imaginar las aulas de clase de cualquier liceo o colegio en Chile sin sus alumnos frente al pizarrón. Pero para mayo de 2006, a días del histórico paro nacional del martes 30 -cuando 600 mil estudiantes cruzaron la Alameda- y a dos meses de asumir las riendas del país, Michelle Bachelet ya estaba al tanto de los 100 mil estudiantes de más de 100 establecimientos de todo Chile que se negaban a volver a clases. Pasaron dos y tres años, respectivamente, antes de que los dramaturgos Guillermo Calderón y Luis Barrales retrataran esos días de tensión y liberación colectiva en Clase y La mala clase, dos de las primeras obras que reprocharon, desde el teatro, aquel ineludible presente.
Varios ya lo habían hecho -Isidora Aguirre, Alejandro Sieveking, Egon Wolff y otros-, cuando el país era otro: uno más pobre, de campo violento, menos consciente de sus derechos y cruzado por la lucha de clases. Luego, en dictadura, el teatro se empecinó en retratar esos años de terror y silencio, desde Marco Antonio de la Parra con Lo crudo, lo cocido, lo podrido (1978) y el Teatro la Feria y sus Hojas de Parra (1977), hasta las creaciones del Ictus (Lindo país esquina con vista al mar, de 1979) y, desde Francia, el Teatro Aleph con El exiliado Mateluna (1977).
“El teatro que recoge la crónica como señal de protesta siempre ha existido, el punto es que cada época tiene sus propias batallas y es lo que hemos visto a medida que pasan los años”, dice el Premio Nacional Héctor Noguera.
Lo probó el retorno a la democracia, en los 90 Ramón Griffero (99 La Morgue), Juan Radrigán (Hechos consumados) y Alfredo Castro legaron a futuros creadores, como los mismos Calderón (Neva) y Barrales (Allende, noche de septiembre), además de Marco Layera (La imaginación del futuro), a perpetuar el teatro como un lugar de descontento político y social.
Hoy el panorama parece ser el mismo, aunque son otras las urgencias y desenfados, más anclados al presente. Para muchos, el vuelco vino en 2006, cuando estalló esa olla a presión estudiantil que “contenía varias otras luchas que pronto íbamos a dar, como la de la educación, el conflicto mapuche y los derechos homosexuales”, opina Alexis Moreno, autor y director de Los millonarios (2014), el montaje que muestra a un grupo de abogados asumir la defensa de un mapuche culpado por la muerte de un matrimonio en un incendio. En julio, la misma obra viajará al FITEI de Portugal y llegará al GAM.
“Aunque hay un guiño a la crónica por la muerte de los Luchsinger-Mackay y el conflicto mapuche, esta es una obra sobre la hipocresía de un Chile que no cree en los suyos y la única forma de decirlo era así, con desparpajo, sin anestesia”, agrega.
Según Pablo Manzi, autor de Donde viven los bárbaros (2014), que el 7 de junio volverá al Teatro del Puente, “la violencia se ha legitimado tanto que es imposible decir las cosas de otra forma, aunque pueda parecer un ataque. Es parte de lo que quiere mostrar este texto: ponerse del lado del opresor e interpelar al resto”. En Inútiles, en tanto, la obra de Ernesto Orellana que el jueves debuta en Sidarte, ambientada en el Chile de fines del siglo XVIII, una familia aristócrata se reúne para celebrar el Día de Acción de Gracias. Sin embargo, los mapuches encargados de servir la cena desaparecen y dejan una gallina que nadie sabe cómo cocinar.
“Aquí prima el racismo, y desde allí, el lenguaje. Más que las temáticas, creo que el tono de las obras ha variado por el rol que hoy cumplen las redes sociales: la gente está más informada, sí, pero esa síntesis obliga a ser más frontal, como si hubiese una rabia detrás”, opina. El conflicto mapuche también es el tronco de Ñuke, de David Arancibia, que en julio llegará a la Estación Mapocho dirigida por Paula González (La Victoria).
Juan Radrigán, señalado por muchos junto Isidora Aguirre (Lautaro) como uno de los primeros en abordar el conflicto étnico en Las brutas (1980), cree que los temas que los jóvenes llevan al teatro “son sus propias batallas, aunque he percibido un afán por choquear al otro sin mucho sentido. Lo que oímos y vemos es su rabia, son textos demasiado coprolálicos. ¿Será una falta de discurso o solo la impotencia de decir lo que piensan?”, pregunta.
La dramaturga Carla Zúñiga opta más por el humor, dice, aunque para hablar de molestias. En septiembre estrenará en el Camilo Henríquez La trágica agonía de un pájaro azul, dirigida por Javier Casanga, la historia de una mujer de 30 y tantos años que advierte a su madre de su anhelo de quitarse la vida.
“Instalamos el tema de género y el nuevo rol de las mujeres en una sociedad aún machista”, señala Zúñiga.
Recién estrenadas en el ciclo Teatro Hoy, Chan!, de Camila Le-bert, que durante todo junio estará en el Teatro del Puente, expone el descontento de su autora tras volver a Chile luego de terminar sus estudios de posgrado en EE.UU.
“Muchos jóvenes no encuentran cabida para sus talentos aquí y piensan cómo sortear la vida fuera del sistema”.
Por su parte, Trabajo social, de Tomás Espinosa, retrata a un grupo de trabajadores sociales que encuesta telefónicamente a los estratos más acomodados del país sin moverse de su escritorio.
“Encarnan la visión sesgada del trabajo social que se hace en Chile, ese que se queda en discursos y no en acciones”, dijo su autor.
Desde el norte, en tanto, asoma también el trabajo de Bosco Cayo y Teatro sin Dominio (Silabario), una compañía que en cada uno de sus montajes expone las problemáticas de un país centralizado, como la salud y educación en sectores rurales de Chile. En La dama de Los Andes, la obra que estrenarán el 3 de junio en el Taller Siglo XX, su autor cuenta que indagó en la tercera edad y el alzheimer “en ciudades y localidades del país de los que nadie nunca se acuerda”.
De la Parra, quien supervisó la Muestra Nacional de Dramaturgia de 2014, señala que de las 200 obras que postularon, “unas 30 se centraban en el conflicto mapuche, y otras en las demanda estudiantil, la crisis familiar, los inmigrantes y homosexuales”.
Sin embargo, ni una de los textos ganadores estaba en esa tecla.
“Faltó una propuesta poética, como si la lírica y la metáfora estuvieran en crisis”, opina. Radrigán concluye:
“Cuando hay algo que decir, y estás comprometido y seguro de hacerlo, encuentras la forma de hacerlo para que tenga un valor literario. Creo que al menos por ese lado, estamos medio al debe”.
Pedro Bahamondes
10 DIC 2016
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