Por: Rodrigo Miranda, periodista y escritor / Publicado: 22.10.2019
Por esas sincronías entre arte y política, la versión teatral de la novela Mano de obra que Diamela Eltit sitúa en un sùpermercado, se acaba de reestrenar en el Teatro UC con puesta en escena de Alfredo Castro. La obra transcurre en una comunidad de emergencia de viviendas mínimas, un conventillo globalizado. Un hacinamiento de pelucas rubias, trajes de promotoras y texturas plásticas. La grotesca imaginería ayuda a entender mejor las reglas del juego del modelo social que vivimos y la relación del individuo con el mercado, el ciudadano devenido en consumidor.
La democracia cayó. El Estado falló. Volvió la dictadura. Piñera habló primero con los empresarios dueños de supermercados antes que con las fuerzas sociales. Esas son sus prioridades y urgencias frente a la crisis social: asegurar y defender –vía militar– el afán de lucro sin límite de los negocios de la élite.
Bienvenidos a la tercera fase del capitalismo a ultranza, el financiero, que persigue el beneficio mediante la especulación, el trabajo precarizado a niveles infrahumanos, el maltrato sistémico y el sometimiento social. De ahí la pérdida de todos los derechos sociales y cívicos de los trabajadores, al límite de la esclavitud moderna.
Bienvenidos a Mano de obra, la visionaria novela de la Premio Nacional de Literatura Diamela Eltit publicada el 2002. La dictadura del neoliberalismo salvaje tiene como epítome el supermercado, alegoría del espacio laboral contemporáneo hiperexplotado. El “super” alberga a una ciudadanía que perdió su herencia ideológica y evade la realidad con las banalidades ofrecidas por las pantallas y el consumo desenfrenado.
Lo primero que llama la atención de la novela es el registro del lenguaje aniquilado de las trabajadoras y trabajadores chilenos de hoy, sujetos sin voz ni discurso, sin habla, sin memoria ni pertenencia.
La obra parece haber presagiado el estallido social que se avecinaba y coincidir con una escena clave de la serie inglesa de la BBC Years and Years:
“Nosotros tenemos la culpa de todo. Nosotros somos responsables, cada uno de nosotros. Podemos pasarnos todo el tiempo culpando a otros, a la economía, como si no tuviésemos el control y fuéramos impotentes. Damos nuestro dinero y participamos en este sistema de por vida. Lo soportamos. Lo permitimos. Es nuestra culpa. Es el mundo que construimos”.
Con una jornada laboral extenuante, en Mano de obra los trabajadores de supermercados tienen prohibido orinar y debe aguantar 14, 16 o 24 horas sus necesidades fisiológicas. Han perdido sus irrenunciables derechos por miedo al despido y la cesantía.
“Si pedimos permiso pa hacer un trámite, si salimos a respirar, si nos apoyamos en los estantes, si engullimos un dulce, si nos sentamos a cagar en el baño, si nos da hambre y sacamos un yogurt vencido de los refrigeradores, si nos faltan las fuerzas, nos despiden en el acto. Ni mear pueo. Me le está haciendo mierda la vejiga. Viejo chucha su madre que no me deja ir al baño. Estoy encadená a la caja”, dice el personaje de una promotora.
Su otrora habla política e ideológica es reemplazada por la pasividad, una retahíla de garabatos sin contenido, el slang lumpen, el argot flaite del marginado y la periferia. La desmemoria y el neoliberalismo fracturan su lengua, la vuelven extraña, la desajustan. La lengua materna rota, partida en dos, desollada, castigada, famélica.
“Aunque nos quiten días de trabajo, aunque nos sigan bajando los sueldos y nos atropellen, tenemos que soportar, necesitamos el salario para sobrevivir”, agrega el personaje de la promotora en el gueto horizontal donde vive, un galpón infecto y decadente, un cuchitril de piezas diminutas, tabiques y subdivisiones hechizas.
Al ser trasladada a la sección del super donde destripan pollos, otra promotora se mutila un dedo con un hacha mediante un corte perfecto y profundo. Mientras la sangre corre a borbotones en el mesón, el dedo perdido termina depositado entre aborrecibles restos de pollo. El cuerpo de la trabajadora sufre los estragos de la hiperexplotación.
Las escenas se titulan Verba Roja, Luz y Vida, El obrero Gráfico o La Voz del Mar, nombres de diarios sindicales del principios del siglo XX, la prensa de los trabajadores chilenos que representaban el desaparecido pensamiento y patrimonio político de la clase popular, época marcada a fuego por persecuciones y matanzas. El habla lesionada se combina con una poderosa imaginería de cuerpos vigilados, castigados, estirilizados. En Mano de obra leemos la lengua sitiada y los cuerpos obreros hechos pedazos, exterminados y necrotizados por la macroeconomía.
Como toda novela de Diamela Eltit, Mano de obra es atemporal y retrata con precisión la actualidad. Recordemos el origen de la palabra trabajo. Viene de trepalium (tres palos, en latín), cepo de tres puntas que se usó en el Imperio Romano para castigar esclavos rebeldes. Quizá ese horror es la génesis de la asociación del trabajo con “pega”, sufrimiento o tormento, sensación exacerbada en estos tiempos neoliberales que corren.
Por esas sincronías entre arte y política, la versión teatral, con puesta en escena de Alfredo Castro, se acaba de reestrenar en el Teatro UC.
Escuchamos una tradicional canción chilena interpretada en arpa y sirenas policiales. Miedo y represión. La actriz Amparo Noguera encarna a una promotora del super con peluca “rucia” y disfrazada de huasa izando una bandera chilena. Sin derecho a huelga ni a sindicalizarse, en un gesto de insurrección Noguera alza el puño de la mano izquierda tres veces y luego se reprime y vuelca la cara hacia la pared tapándose el rostro con las manos.
Obra
La obra transcurre en una comunidad de emergencia de viviendas mínimas, un conventillo globalizado. Un hacinamiento de pelucas rubias, trajes de promotoras y texturas plásticas. La grotesca imaginería ayuda a entender mejor las reglas del juego del modelo social que vivimos y la relación del individuo con el mercado, el ciudadano devenido en consumidor, como si fuera un aterrador capítulo chileno de Black Mirror. Admirable es el desempeño siempre punzante del resto del elenco: los actores Taira Court, Paola Giannini, Rodrigo Pérez, Marcial Tagle y Jaime Leiva.
El reestreno de Mano de obra nos recuerda que el teatro es un espacio donde la memoria del cuerpo de los actores construye un proyecto estético, social y político, a través del despliegue de una trama de signos y dispositivos. Mediante estas maniobras de urdimbre rebelde se tejen luchas personales contra la desigualdad, la inequidad y las exclusión que genera el sistema. El regreso de esta obra es un acto más de esa resistencia de la creación artística. En tiempos dictatoriales, de populismo penal y violencia militar, el teatro es un ejemplo de esfuerzo colectivo y de la construcción de un proyecto común basado en la colaboración y la solidaridad.