Vista del Teatro Caupolicán desde la calle San Diego |
El Teatro Caupolicán es un importante teatro chileno ubicado en la calle San Diego 850, Santiago de Chile. A lo largo de su historia, ha albergado eventos deportivos, políticos y culturales, destacándose numerosos conciertos de diversos artistas de la escena nacional e internacional. Entre 1993-2004 se llamó Teatro Monumental.
Historia
La historia del Caupolicán comenzó en 1936, cuando entonces la Caja de Empleados Particulares financió la construcción de lo que prometía ser el primer recinto de espectáculos a nivel internacional de la capital chilena. Santiago que ya se acercaba al millón de habitantes necesitaba una sala a la altura de su condición de gran ciudad. La Caja fue propietaria del inmueble por más de una década.
En el viejo Caupolicán se podía ver de todo, desde espectáculos internacionales de primer nivel hasta jornadas heroicas del deporte, como el primer título sudamericano que ganó el básquetbol femenino para Chile, en 1946. O las memorables jornadas que entregaba el boxeo, de la mano de ilustres nombres, como Arturo Godoy, Antonio Fernández, Godfrey Stevens y Martín Vargas. Y cuando se acercaban las elecciones, la multitud aclamaba a sus líderes en El Caupolicán. Las proclamaciones, de todas las tendencias, eran verdaderas demostraciones de fuerza. El "Caupolicanazo", le llamaban. Por ahí pasaron grandes oradores, como Alessandri, Frei Montalva y Allende, precisamente tres nombres que llegaron a La Moneda precedidos de masivas concentraciones en el lugar.
Pero la historia del Caupolicán no se puede escribir sin mencionar a su principal motor, el iquiqueño Enrique Venturino Soto. Tomó el control del teatro y no paró hasta su muerte. En los años 40, Venturino, como propietario de la empresa chilena Cóndor, era todo un personaje del espectáculo de variedades. Sus múltiples contactos le permitían traer las mejores compañías nacionales e internacionales.
Venturino se constituyó, además, en el gran impulsor del circo chileno al fundar Las Águilas Humanas, que nació precisamente en los tiempos que llevaba el nombre de Teatro Circo por su activa vida circense. Más tarde, ya bautizado como Caupolicán, alcanzó su mayor esplendor. Una época de oro, que puso a Santiago en el circuito de los grandes espectáculos internacionales que llegaban a Sudamérica.
“Quienes mejor explotaron el Caupolicán fueron los Venturino. Ellos tenían una premisa, el Caupolicán no podía tener las puertas cerradas ni un solo día a la semana. Por último, daban cine. Pero había algo todos los días.
Y efectivamente así era”, recuerda el periodista Julio Martínez, asiduo histórico del Caupolicán.
La lista de artistas es interminable. Por ahí pasaron verdaderas estrellas de la época como Catherine Valente, Duke Ellington, Bill Haley & His Comets (1960), Jorge Negrete, Lucho Gatica, Raphael, Lola Flores, Maurice Chevalier, Juliette Gréco, Chito Faró, la Filarmónica de Nueva York, Claudio Arrau (1959, 1967), entre muchísimos otros.
Instalaciones
El Teatro Caupolicán cuenta con cómodas, seguras y amplias instalaciones, pensadas en hacer de la visita del público una experiencia inigualable.
Posee 32 cámaras de seguridad con circuito cerrado de televisión, cafetería, servicios higiénicos, miniteatro interior, 4.500 butacas, seguridad vehícular con personal capacitado OS-10 e Internet inalámbrica Wi-Fi.
El fiasco de los toros
El público del Caupolicán se acostumbró desde los primeros años a ver espectáculos de gran nivel. Ya en 1939, los capitalinos pudieron ver óperas como El barbero de Sevilla, Madame Butterfly y Rigoletto, así como a las principales orquestas sinfónicas de Europa. También llegaron el Ballet Soviético Berioska, el Circo de Moscú, el Circo Chino y el Holiday on Ice que, cada vez que venía, llenaba por semanas el Caupolicán.
“La gente se quedaba media hora aplaudiendo en cada función, era impresionante”, recuerda Jorge Figueroa, ex mayordomo del teatro.
Entre los espectáculos más insólitos, se cuenta una singular corrida de toros realizada en 1954 con toreros peruanos. La pista se preparó durante 20 días para habilitarla como un ruedo, con abundante arena y tierra. Pero el show fue un verdadero fiasco. Los toros —apenas unos novillos, según el Chino Allende— se quedaron paralizados en la pista. Y el que se movió fue sólo para levantar y tirar abundante arena y tierra a los espectadores. “A los toros se lo comieron los focos, la luz eléctrica. Les faltó el sol, el cielo, nunca he visto a toros tan asustados”, dijo Sergio Venturino al explicar el fracaso.